Escrito por Fiorella Almanza, miembro extraordinario del Equipo de Derecho Ambiental de la PUCP y ex miembro del Consejo Editorial de Conexión Ambiental.

Tras el estallido de la primera bomba atómica en Hiroshima, la historia tomó un camino sin retorno; por primera vez, la humanidad había descubierto un arma de destrucción masiva lo suficientemente poderosa como para transformar ciudades en ceniza. No obstante, el medio ambiente conoció de esta amenaza bélica mucho antes que el resto de la población, a partir del primer ensayo nuclear realizado por científicos del Proyecto Manhattan durante la Segunda Guerra Mundial. Si bien las armas nucleares sólo han detonado dos veces sobre ciudades pobladas en 1945, y el mundo ha sido testigo de su poder extintivo en escasas ocasiones, el medio ambiente ha tenido que padecer la realización de 2056 ensayos nucleares desde la detonación de las primeras dos bombas (ICAN, 2018: 2).

Cabe preguntarse qué es lo que conlleva la realización de un ensayo nuclear, y en prima facie, este se puede resumir en la detonación de un arma nuclear sea esta una bomba nuclear o un misil nuclear sobre un área deshabitada, la cual tampoco puede albergar vida animal o vegetal. Dichos ensayos son necesarios para poder dar cuenta de la efectividad de la bomba elaborada verificando que la altura de la detonación sea la adecuada, y que el alcance de la onda expansiva sea el que a sido estimado durante las pruebas preliminares y planeación en laboratorio. Es vital que se compruebe que el arma nuclear en cuestión funcione de manera apropiada y cómo originalmente se ha planificado, dado que un error de fabricación podría conllevar a un ataque fallido con consecuencias catastróficas tanto a nivel ambiental como a nivel bélico.

Planteando el siguiente escenario: ¿Qué ocurriría si un arma nuclear es detonada sobre la capital del país X, pero esta arma detona de forma fallida? Una detonación fallida causa que las intenciones bélicas de un país se den a conocer, y por eso se desencadene la respuesta inmediata del país atacado, poniendo en una posición sumamente vulnerable al país atacante ya que recibiría la represalia del ataque sin haber realizado el daño antes. Por ende, es una labor imprescindible para los Estados con programas nucleares que se realicen controles de calidad para las armas nucleares incluidas en sus respectivos arsenales militares.

No obstante, pese a la innegable importancia de la realización de ensayos nucleares dentro de los esquemas de ataque nuclear existentes, poco se habla de los estragos ambientales que los mismos ocasionan sobre los lugares donde estos son realizados. Pese a que se ha establecido que tienen que ser realizados en espacios deshabitados incapaces de generar vida animal o vegetal, tal como los atolones del Océano Pacífico y terreno hostil ubicado en Kazajistán, la contaminación y emisión de gases radioactivos sobre el ambiente no se limita a afectar estos espacios desolados, sino que el material se expande sobre el territorio llegando a tener impacto sobre la atmósfera, y la calidad del agua y el aire de las áreas en cuestión (Atomic Archive, 2022: 3).

De acuerdo con lo planteado por las lecturas de data respecto a la calidad del medio ambiente en las zonas destacadas para ensayos nucleares, se demuestra la existencia de efectos nocivos hacia la flora de áreas aledañas al impacto inicial del arma nuclear probada; así como se denota que la detonación de un arma nuclear puede ocasionar contaminación longeva sobre las fuentes acuíferas ubicadas en el radio de explosión. Siguiendo lo pautado por la Organización Mundial de la Salud, el polvo radioactivo que se emite producto de la detonación de un arma nuclear ocasiona contaminación fácticamente perpetua de las reservas de agua existentes en el entorno cercano al sitio del ensayo nuclear, y por la intensa penetración que tiene sobre dicha fuente, puede incluso afectar al ciclo del agua en determinada zona y así desencadenar la producción de contaminación radioactiva sobre lugares lejanos al área del ensayo nuclear, contaminación que por cierto es impredecible dado que es un proceso complejo el determinar en dónde es que decaerá el agua contaminada por polvillo radiactivo (1993: 5). Del mismo modo, se ha reportado que los árboles con hoja perenne son sumamente vulnerables ante la caída de lluvia radioactiva por un periodo prolongado de tiempo, por lo que una fuente acuífera contaminada con contenido radiactivo que se evapore y ocasione precipitación, va a ocasionar que otra área aledaña vea su flora afectada. Evaluando las cifras brindadas por entidades con experticia en la materia, se tiene conocimiento de 60 zonas destacadas para la realización de ensayos nucleares, muchas de ellas se encuentran en terreno estéril ex ante donde la afectación en un primer momento no será severa, pero las fuerzas militares no tienden a considerar que la detonación no solo afecta al lugar donde es realizada, sino que los procesos climatológicos se prestan para que los efectos dañosos que tienen estos ensayos se puedan esparcir con facilidad.

Una de las zonas dedicada a la realización de ensayos nucleares que se ha hecho más conocida a lo largo del tiempo es el Atolón Bikini, el cual se encuentra en el Océano Pacífico y hasta hace 80 años era un espacio habitado por seres humanos y capaz de sostener vida vegetal con indicios de prosperidad. Fue recién en 1946 que se dio la orden de abandonar el área habitada para iniciar con las pruebas nucleares que tenían la vocación de proseguir al primer proyecto nuclear emprendido por Estados Unidos: el Proyecto Manhattan. Se realizaron ensayos de manera frecuente, dado que por la lejanía de esta locación y la escasez de biodiversidad era una zona ideal para poder realizar este tipo de procedimientos sin tener registro de efectos mayores.

No obstante, el Atolón de Bikini había sido pensado para considerarse el lugar óptimo para realizar ensayos nucleares en caso estos salieran acorde a lo planeado, es decir, se había previsto que iba a funcionar en óptimas condiciones sí y solo sí el arma nuclear ensayada también se encontraba operando a la escala -al menos- prevista. En 1954, las previsiones salieron de control mediante el ensayo de la bomba Castle Bravo. A raíz de errores en la fabricación de esta bomba, su poder de detonación se vio drásticamente incrementado a 15 MT, multiplicando exponencialmente la potencia de bombas como Little Boy y Fat Man. A partir de aquella detonación, se reportó que hubo un incremento dramático en las lecturas de radiación en el área, y por tal motivo es que el Gobierno de Estados Unidos ordenó la evacuación inmediata de esta área para evitar que el daño sobre la salud de los habitantes sea mayor, y además se realizaron labores intensivas de limpieza para asegurar la menor pérdida de salubridad del medio ambiente del área.

Pese a ello, se ha confirmado que la detonación de esta bomba sí ha tenido consecuencias nocivas sobre el medio ambiente, lo cual se puede confirmar por el aumento de precipitaciones de desecho radiactivo en forma de lluvia o en forma de caída en polvo que directamente provoca que las mediciones del nivel de contaminación radioactiva en el aire alcancen niveles no aptos para sostener vida, en lo absoluto. Dicha contaminación también se vio reflejada en la salud de los habitantes, dado que la onda expansiva de 11 mil kilómetros ocasionó severos problemas de tiroides entre aquellos residentes que estuvieron expuestos en cierto grado a la detonación. Los problemas de salud evidenciados no hacen más que respaldar que el impacto que han tenido los ensayos nucleares en el ecosistema del Atolón de Bikini ha tenido consecuencias calamitosas, haciendo que los efectos de estas detonaciones tan continuas tengan como consecuencia que el área a día de hoy tenga que ser declarada como inhabitable y como un peligro no solo localmente, sino que también a áreas aledañas a este atolón, áreas que por cierto nunca han sido catalogadas como aptas para ensayos nucleares y que han visto sus ecosistemas perjudicados de manera injusta, padeciendo de las consecuencias de la contaminación radioactiva por décadas y tal vez siglos (Jiménez, 2017: 6).

Si bien la coyuntura política internacional de la Guerra Fría, y las tensiones entre superpotencias hicieron que los ensayos nucleares sean labores necesarias para asegurar la funcionalidad de las políticas de seguridad nacional ideadas en torno a programas nucleares con un alcance tan ambicioso que llegó a ser materia de rivalidad durante la carrera armamentística entre oriente y occidente, en la era contemporánea se han efectuado los acuerdos correspondientes para establecer que no se volverán a efectuar estos ensayos por los efectos catastróficos que tienen sobre el medio ambiente y por el peligro que representa el avance de programas nucleares de mayor letalidad. Desde el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares firmado a finales de la década de los 90s, se había vetado implícitamente la realización de ensayos nucleares dado que, al no haber proliferación de armas, tampoco podrían probarse las mismas. A su vez, el 1996 se firmó el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, el cual aún no ha sido ratificado dado que ocho países aún no han ratificado, entre ellos se encuentran Estados Unidos, China, Corea del Norte e Israel, los cuales también son conocidos por tener programas nucleares en constante desarrollo y plenamente implementados a su arsenal bélico (UN, 2021: 1),

Acorde a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a la Organización Mundial de la Salud, los daños causados a este punto por los ensayos nucleares son inmensurables, y su reparación en el tiempo será tan compleja que por más que se realicen las labores de limpieza y restauración más exhaustivas, habrá áreas que permanecerán inhabitables por el presente siglo. La introducción de la pólvora en las armas bélicas a partir de los siglos XIII y IX ha sido el primer punto de no retorno que ha tenido la humanidad, ya que se descubrió una forma de eliminar al enemigo de forma eficaz en inmediata distancia. Sin embargo, la introducción del poder nuclear tras la detonación de Little Boy y Fat Man sobre ciudades pobladas en 1945 le ha dado a la humanidad su propia arma extintiva, la cual, de ser empleada sin contención, no solo liquidará a los bandos rivales dentro de una guerra, sino que también fenece el resto de la población y la capacidad que el planeta tiene de albergar vida. Por el momento, áreas como el Atolón de Bikini, las cuales deben permanecer inhabitables por la alta concentración de radioactividad en ellas, son prueba de lo lesivas que pueden ser estas armas para el medio ambiente a largo plazo.

Bibliografía:

46a ASAMBLEA MUNDIAL DE LA SALUD. (1993). EFECTOS DE LAS ARMAS NUCLEARES EN LA SALUD Y EL MEDIO AMBIENTE. En la Organización Mundial de la Salud (A46/30). https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/202932/WHA46_30_spa.pdf;sequence=1

Jiménez, J. (2017, 12 junio). ¿Qué fue del atolón Bikini 60 años después de la bomba nuclear? Xataka. Recuperado 16 de septiembre de 2022, de https://www.xataka.com/ecologia-y-naturaleza/que-ha-sido-del-atolon-bikini-80-anos-despues-de-la-bomba-nuclear

Nuclear Test Sites. (s. f.). Recuperado 15 de septiembre de 2022, de https://www.atomicarchive.com/almanac/test-sites/testing-map.html

The Human Cost of Nuclear Testing. (s. f.). ICAN. Recuperado 13 de septiembre de 2022, de https://www.icanw.org/nuclear_tests
Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares: 25 años a la búsqueda de. (2022, 22 marzo). Noticias ONU. Recuperado 18 de septiembre de 2022, de https://news.un.org/es/story/2021/09/1497532