¿Es el veganismo una alternativa efectiva para reducir el cambio climático?

Artículo RUA en Conexión Ambiental. Escrito por Luciana del Carmen Castillo Lamas Miembro de la comisión de investigación de RUA y estudiante de la carrera de Derecho.

El veganismo como estilo de vida

El tiempo transcurre y la alerta sobre el cambio climático no cesa: ello solo puede significar el agravamiento de la degradación ambiental. A pesar de esto, la indiferencia del ser humano se manifiesta a través del escaso planteamiento de medidas que efectivas para afrontar dicha problemática. Es en este contexto donde se posiciona el veganismo, cuyo impacto en las últimas décadas ha resultado ser controversial, dado que los efectos que conlleva son potencialmente beneficiosos para contrarrestar los factores causantes del cambio climático. A continuación, se analizará en qué medida influye la adopción de un estilo de vida vegano en los niveles de aceleración del cambio climático.

¿Qué es el veganismo?

El veganismo representa un estilo de vida basado en la relación horizontal entre el ser humano y los animales, es decir, contraria a la jerarquía que predomina en la actualidad. Por defecto, la influencia controladora inherente a la raza humana ha llevado a que esta se posicione como especie dominante sobre el resto de seres vivos (Marchenko, 2021). La comunidad vegana busca restaurar el respeto que merecen los animales, el cual ha sido menoscabado generación tras generación, al habérseles forzado a renunciar a su integridad y reducido su valor a una mera función lucrativa.

Adoptar un estilo de vida vegano implica renunciar voluntariamente a cualquier acción que implique sufrimiento animal, como ingerir una dieta carnívora u omnívora, usar pieles, consumir productos testados en animales o utilizarlos con fines recreativos (García, 2022). De este modo, el veganismo no se limita a una alimentación basada en plantas, sino que abarca múltiples ámbitos de la vida cotidiana.

Breve historia sobre la evolución de la conducta alimentaria en los humanos

A lo largo de los siglos, el vínculo entre humanos y animales ha ido evolucionando. A partir de investigaciones científicas se ha determinado que nuestros antepasados, los homínidos, seguían una dieta predominante vegetariana (con excepción del consumo de insectos), y su dentadura estaba adaptada a dicha alimentación. No obstante, este comportamiento cambió debido al contacto frecuente con animales salvajes: al observar su capacidad para cazar y devorar presas, los humanos infirieron que también podían considerarlos como alimento. Si bien es cierto que la carne no fue en un inicio un alimento esencial para los seres humanos, la competencia por obtener el mejor suministro de alimentos incentivó su caza (Spencer, 1995).

Motivaciones detrás de una alimentación basada en el consumo de plantas

La cantidad de personas que transicionan hacia el veganismo ha ido en aumento, siendo la empatía hacia los animales una de las razones más comunes. Sin embargo, no es la única. A continuación, se explicarán las múltiples motivaciones que impulsan este cambio alimenticio.

En primer lugar, destaca la conciencia ambiental. La situación actual del planeta es crítica, y ello ha despertado una mayor sensibilidad, sobre todo al ser constantemente informados sobre fenómenos meteorológicos extremos como el ciclón Yaku o los incendios forestales. Aunque persiste la indiferencia en ciertos sectores de la población peruana, cada vez más personas optan por decisiones efectivas para mitigar el cambio climático, entre ellas, el veganismo.

Una de las principales causas de la crisis climática es la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), producto de la actividad industrial y la ganadería. Según García (2022), basándose en el estudio de Poore y Nemecek (2018), «cuando observamos la media de emisión de gases de efecto invernadero por gramo de proteína producido, vemos cómo la carne de cerdo y pollo, así como los huevos y la leche, muestran emisiones comparables en kg de CO₂ a la mayoría de proteínas de origen vegetal» (p. 6). Este problema se intensifica si se considera el aumento de la demanda alimentaria, vinculada al crecimiento poblacional.

En segundo lugar, se encuentra la empatía animal. Todo proceso que cosifica a los animales y los etiqueta como “comida” implica violencia. Gracias al auge de la tecnología, es más sencillo acceder a información sobre lo que ocurre en el mundo. El activismo vegano ha ganado visibilidad en redes sociales, donde abundan contenidos que exponen la crueldad de los mataderos. Estas imágenes pueden llevar a los usuarios a cuestionar sus hábitos y desarrollar un sentido crítico frente a prácticas normalizadas. En nuestra sociedad predomina una visión especista, entendida como “la discriminación hacia quienes no pertenecen a una determinada especie” (Horta, 2012, p. 3). Bajo este sesgo, se desarrolla afecto hacia las mascotas, pero se ignora el sufrimiento de otros animales, olvidando que todos ellos poseen un sistema nervioso capaz de sentir. Este sesgo, difícil de eliminar, lleva a priorizar el placer sensorial sobre la vida animal.

Otra motivación menos mencionada es la religión. Algunas doctrinas como el budismo y el hinduismo promueven el vegetarianismo, y en ciertos casos, el veganismo. Por ejemplo, el primer precepto budista es “no matar ni hacer daño a seres humanos ni animales”. En el hinduismo, la vaca es considerada un animal sagrado (Spencer, 1995). Ambas religiones comparten valores como la no violencia, la compasión y el respeto por la vida, elementos que garantizan el bienestar espiritual de sus practicantes.

Finalmente, se encuentra la salud como un motivo subestimado. Una dieta vegana balanceada puede ser más saludable que una basada en productos de origen animal. Marchenko (2021) señala que el consumo de animales marinos puede resultar perjudicial debido a los altos niveles de mercurio y la presencia de microplásticos. Asimismo, la carne y los lácteos aumentan el riesgo de padecer ciertos tipos de cáncer y enfermedades cardiovasculares (p. 50). Las verduras, en contraste, son una fuente saludable de grasas y proteínas, lo que permite una nutrición más directa y menos contaminante.

El consumo de carnes como amenaza detractora para la sostenibilidad del medioambiente 

Si una alimentación basada en productos de origen animal ha gozado de un legado perenne siglo tras siglo, ¿por qué recién está siendo cuestionada? La respuesta radica en una ruptura de paradigma. Antiguamente, la alimentación se concebía únicamente desde una perspectiva biológica, es decir, su función se limitaba a satisfacer una necesidad básica: saciar el hambre. Gradualmente, la carne empezó a adquirir dimensiones sociales y culturales, de modo que su consumo pasó a estar condicionado por prácticas y costumbres propias de cada contexto. Es evidente que la connotación que se le atribuye al consumo de carne está estrechamente vinculada a los valores y creencias que defiende un individuo o sociedad (Nungesser & Winter, 2024). En palabras de Symons (1994), un plato de comida representa un código cultural o una forma de lenguaje, siendo imposible desligarlo de la cultura (p. 347).

Si analizamos esta práctica a lo largo de una línea temporal, se evidencian sus implicaciones evolutivas: el clero, por ejemplo, evitaba el consumo de carne, mientras que entre las clases altas seculares su consumo era desbordado. En el periodo en que se le atribuía a la carne un alto valor nutricional —especialmente por su aporte proteico—, su consumo se destinaba principalmente a los trabajadores, en su mayoría varones, debido a que desempeñaban labores que requerían fuerza física (Nungesser & Winter, 2024). Estos ejemplos permiten evidenciar el simbolismo atribuido a la carne en función de la época, lo que facilita la normalización de su consumo y contribuye a construir una «ilusión» en la que la carne deja de ser una opción para convertirse en una necesidad.

Otro factor trascendental que contribuye a la permanencia de una dieta carnívora es el conjunto de estrategias que Winter (2024) describe como formas de “evitar la disonancia”. Es decir, mecanismos que permiten lidiar con la incomodidad de ser conscientes del maltrato animal. El autor sostiene que no se trata únicamente de un proceso psicológico, sino de una estructura social profundamente arraigada. Un claro ejemplo de ello es la ubicación de los mataderos: suelen encontrarse en zonas industriales, alejadas de la vista del ciudadano común. Esta distancia con los procesos de violencia animal fomenta la indiferencia colectiva. El fuerte arraigo cultural hacia el consumo de carne ha convertido esta actividad en una “costumbre”, lo cual dificulta visibilizar sus efectos negativos.

La ganadería y la emisión de gases invernaderos

Cuando se habla de calentamiento global, uno de los principales factores responsables es la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Por definición, estos son componentes gaseosos de la atmósfera presentes de forma natural, pero cuya concentración ha sido intensificada por actividades humanas. El incremento de los GEI altera la composición de la atmósfera global y fomenta una variabilidad climática inestable (Benavides y León, 2007).

La ganadería desempeña un rol significativo en la concentración de GEI. Un estudio demuestra que “por cada gramo de proteína de carne de res consumida en la dieta humana, la producción de carne de res requiere 42 veces más uso de tierra, 2 veces más uso de agua y 4 veces más nitrógeno, mientras que genera 3 veces más GEI que los alimentos vegetales básicos” (Chair et al., 2019). Dado que la industria ganadera depende del constante nacimiento de animales, este proceso es acelerado y forzado, lo que incrementa las emisiones de óxido nitroso y metano, gases generados por el almacenamiento de residuos fecales y la respiración de los rumiantes.

No obstante, el impacto de la ganadería no se limita al ganado en sí. También se manifiesta a lo largo del ciclo de producción de alimentos, incluso en aquellos que no son necesariamente de origen animal. Según las Naciones Unidas, la industrialización alimentaria produce emisiones de metano, dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, agravadas por el uso intensivo de maquinaria agrícola y pesquera (Naciones Unidas [UN], s.f.). Además, como los animales son considerados “productos” por las grandes empresas, requieren una alimentación especializada. Los cultivos destinados a piensos y forrajes son tratados con pesticidas y fertilizantes cuya aplicación también emite CO₂ y N₂O (Ruiz et al., 2022).

Si el objetivo es promover una vida sostenible en armonía con el medio ambiente, la reducción del consumo de productos de origen animal se presenta como una de las soluciones más eficaces. Esto permitiría ralentizar la liberación de gases contaminantes que contribuyan al calentamiento global.

 La destrucción de áreas verdes y la desestabilización de recursos naturales

Como se mencionó anteriormente, la crianza de animales requiere de extensas áreas destinadas al pastoreo. No obstante, la construcción de estos espacios implica intervenir el crecimiento natural de ecosistemas específicos, lo cual entra en conflicto con los objetivos de desarrollo sostenible. Entre estos objetivos se encuentran la conservación de ciertas especies —ya sean de flora o fauna—, dado que la conversión de ecosistemas en granjas y pastizales conlleva su destrucción parcial. Además, los espacios forestales poseen una mayor capacidad de retención de carbono en el suelo y la vegetación en comparación con los pastos o tierras agrícolas. Por tanto, la tala de árboles incrementa de forma considerable las emisiones de carbono (Ruiz et al., 2022). La deforestación, entonces, interrumpe negativamente el proceso de purificación del oxígeno, ya que los árboles absorben el dióxido de carbono. Es por ello que, frecuentemente, se les denomina “los pulmones del planeta”.

En cuanto a la desestabilización de recursos naturales, destaca el elevado consumo de agua en la producción de carne. Según la FAO, se requieren aproximadamente 15,000 litros de agua para producir un solo kilogramo de carne. En un contexto en el que se advierte sobre una futura escasez del recurso hídrico, esta cifra resulta especialmente alarmante y convierte a la industria cárnica en una actividad insostenible.

Reflexión final

Como conclusión, un cambio en el plan alimenticio que implique la sustitución de la carne por alimentos naturales y orgánicos que no requieran procesos industriales complejos —como propone el veganismo— se presenta como una de las alternativas más eficaces para mitigar los efectos del cambio climático. Si bien todas las acciones individuales suman, optar por una dieta basada en plantas ataca directamente al principal propulsor del calentamiento global: los gases de efecto invernadero.

Como ciudadanos, tenemos el deber de proteger nuestro entorno. Para ello, es fundamental tomar conciencia de la situación ambiental actual. Es posible generar cambios significativos mediante acciones cotidianas como reciclar, ahorrar agua, plantar árboles o evitar el uso de materiales de lenta degradación. Sin embargo, si actuamos de forma colectiva y consciente —empezando por nuestras decisiones alimentarias— podremos generar un impacto ambiental positivo y duradero.  

Bibliografía

Ballesteros, H. & Aristizabal, G. (2007). Información técnica sobre gases de efecto invernadero y el cambio climático. Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales-IDEAM. Subdirección de Meteorología (Bogotá, Colombia). 96p. https://bit.ly/3ck6Ls1 

Chai, B., Van der Voort, J., Grofelnik, K., Eliasdottir, H., Klöss, I., & Perez-Cueto, F. (2019). Which Diet Has the Least Environmental Impact on Our Planet? A Systematic Review of Vegan, Vegetarian and Omnivorous Diets. Sustainability, 11(15), 4110. https://doi.org/10.3390/su11154110 

Garcia, A. (2022). ¿Cuándo es el veganismo un deber moral?. https://www.researchgate.net/publication/36512500

Horta, Oscar. (2010). What Is Speciesism?. Journal of Agricultural and Environmental

Ethics, 23, 243-266.

Marchenko, I. (2021). En boca de todos: el veganismo. [Tesis de grado, Universidad de Valladolid] UVaDOC.https://uvadoc.uva.es/handle/10324/48713

Naciones Unidas: Acción Climática.  (s.f). Causas y efectos del cambio climático. https://www.un.org/es/climatechange/science/causes-effects-climate-change 

Nungesser, F. y Winter, M. (2024). La carne y el cambio social: Perspectivas sociológicas sobre el consumo y la producción de animales. Nueva Sociedad, 311, 103-124. https://nuso.org/articulo/311-la-carne-y-el-cambio-social/ 

Poore, J. y Nemecek, T. (2018). Reducing food’s environmental impacts through producers and consumers. Science, 360(6392),  987-992. DOI: 10.1126/science.aaq0216

Ruiz et al.,  (2010). Ganadería y cambio climático [Sesión de Congreso]. XLV Congreso Nacional y XXI Internacional de la Sociedad Española de Ovinotecnia y Caprinotecnia (SEOC), Álava-Araba, España.  https://seoc.eu/wp-content/uploads/2023/03/2022-Zamora.pdf#page=23[1] 

Spencer, C. (1995). The Heretic’s Feast: A History of Vegetarianism. Fourth State Limited.  https://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=rIjZo-cvifAC&oi=fnd&pg=PR9&dq=veganism+history&ots=11-nkfIbCW&sig=UD9r2tJNMxWc_LlxgW16stsjfb4#v=snippet&q=competition&f=false 

Symons, M. (1994). Simmel’s Gastronomic Sociology: An Overlooked Essay. Food and Foodways,  5 (4), 333-351. http://dx.doi.org/10.1080/07409710.1994.9962016

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