Escrito por Stephanie Cortez, miembro del Área de Investigación del Equipo de Derechos Humanos
Con el pasar del tiempo, se puede ver una mayor participación de las mujeres en la sociedad y su integración en áreas que antaño se creían exclusivas para los varones. Sin embargo, creer que dichos avances se dieron de forma uniforme en todo lugar no hace más que caer en la ingenuidad. Este error es recurrente en una gran mayoría, debido a la imposición de la perspectiva occidental a toda la realidad en su conjunto. La conquista de los derechos de las mujeres siempre se dio a un ritmo y forma diferente, dependiendo del lugar en que se desarrolla. Un caso particular es el de las mujeres indígenas, cuyos pueblos se encuentran en países con “sociedades modernas”, ya que su lucha por sus derechos se encuentra poco reconocida e incluso minimizada por la sociedad occidental, e incluso para el propio feminismo.
No es novedad que nos encontramos en la era de la globalización, donde la tendencia predominante se difunde y se reproduce en otros países, que esperan de igual manera tenga éxito. El feminismo tampoco se escapa de esta tendencia. Este movimiento se originó en Estados Unidos, una de las sociedades occidentales modelo, incluso hasta la actualidad. Los motivos de su lucha, los logros y la agenda pendiente fueron exportados al exterior, que adoptó dichas premisas y propuso sus logros como metas, que con el tiempo fueron logrando, como el voto femenino o el acceso de las mujeres a una educación superior. El motivo que ha permitido reproducir este éxito es la similitud de condiciones que presentaban los países importadores, al ser sociedades modernas que iban a la vanguardia con los avances de los países de primer mundo [1]. No obstante, estas tendencias no eran adaptables a modelos de sociedades distintas a las occidentales, como las indígenas, que tenían una dinámica y problemas distintos a los que presentaban las sociedades occidentales. Dicha falta de adaptabilidad es la razón por la que muchas mujeres indígenas no se sienten identificadas con el movimiento feminista en términos generales, a pesar de que comparten los mismos ideales para la construcción de una sociedad más equitativa [2].
Como respuesta a la expansión hegemónica del feminismo, surgió una nueva rama del feminismo a mediados de los años 70’s, el ecofeminismo, que unía el feminismo y el ecologismo. El ecofeminismo, según Mary Mellor, es “un movimiento que ve una conexión entre la explotación y la degradación del mundo natural y la subordinación y la opresión de las mujeres” [3]. Tiene como objetivo alcanzar la justicia para las mujeres y transformar la relación humana con los demás seres vivos y los ecosistemas [4]. Esta rama otorga al movimiento feminismo un nuevo ángulo para la lucha contra el sistema, al cuestionar algo tan íntimo e indispensable en la vida en una sociedad capitalista moderna, como es el consumismo y las secuelas del capitalismo. Asimismo, la introducción de esta rama otorga mayor importancia a la interculturalidad e interseccionalidad [4], pues brindó un espacio para que las mujeres de las zonas rurales o con una cultura tan distinta como las mujeres de pueblos indígenas puedan sentirse incluidas en el movimiento feminista. El ecofeminismo cobra mayor importancia para las mujeres indígenas, debido al énfasis que otorga a la relación con el medio ambiente. La mecánica de las creencias y la vida cotidiana de los pueblos indígenas está íntimamente relacionada con la naturaleza, al contrario de la vida en las ciudades modernas.
Entre las áreas que lograron una mayor integración de mujeres, el de medicina es de las más reconocidas. Se ha puesto un mayor énfasis en esta, debido a que fue una de las áreas dominadas en su totalidad por varones durante mucho tiempo. La participación de las mujeres a la medicina moderna se limitaba a roles auxiliares, como el de las enfermeras antes del feminismo. Poco a poco, empezaron a buscar un rol protagónico en su ejecución y avances, crédito que en un principio fue invisibilizado o injustamente adjudicado a sus colegas varones, hasta obtener su pleno reconocimiento por sus logros. No obstante, cabe recordar sus orígenes, y por qué ello es importante para la plena integración de las mujeres indígenas en este campo.
En un principio, antes de la imposición del cristianismo y de los avances tecnológicos, la medicina era natural, a base de hierbas y tónicos que preparaban las curanderas. La mayoría de este conocimiento y práctica de la medicina natural se volvió marginal e incluso fue perseguido por los cristianos en la Edad Media, en las famosas cacerías de brujas. A partir de ese momento, luego/después de la Ilustración, se excluyó a las mujeres del campo de la medicina, y la práctica y conocimiento sobre la misma empezó a girar alrededor de los hombres intelectuales. No fue hasta después de varios siglos de lucha por la equidad, las mujeres pudieron reinsertarse y adaptarse al campo de la medicina moderna. Sin embargo, su integración no significó un cambio radical en el estudio y praxis de la medicina, pues su estudio y metodología siguieron siendo las mismas. Las mujeres tuvieron que adaptarse a los términos de un espacio constituido casi hegemónicamente por varones. Fueron escasos y poco difundidos los textos en que estos se cuestionaban.
Por otro lado, la medicina natural se siguió cultivando en los pueblos indígenas (en especial en aquellas comunidades más alejadas de la civilización), así como el papel de la mujer en la misma. La medicina natural se ha desarrollado de acuerdo a las condiciones de la comunidad que lo practica, es decir, de acuerdo a las principales enfermedades, intoxicaciones y males que azotaran a su población. La medicina natural, como su nombre lo indica, tiene como centro el conocimiento de las propiedades de las plantas medicinales y la preparación de ungüentos o brebajes curativos, que ha demostrado ser igual de eficiente que la medicina occidental para tratar los mismos. El conocimiento de la medicina natural es trasmitido de generación a generación por vía oral, siendo las mujeres y ancianos quienes la preservan y practican [5]. A diferencia del mundo occidental, donde el conocimiento y la preservación de tradiciones es visto comúnmente como tarea del hombre, las mujeres indígenas tienen un rol importante que desempeñar en la dinámica social y en la preservación de su cultura. El papel que tienen las mujeres indígenas en la salud no solamente significa el acceso a un campo más de la sociedad, sino que evidencia también la importancia del rol de la mujer en el imaginario colectivo, pues a ellas se le confía algo tan valioso como la salud y la vida, pilares básicos para ostentar una vida digna.
La medicina tradicional continúa siendo una alternativa a la medicina occidental y facilita un mayor acceso a la salud, sobre todo en los pueblos indígenas, donde los centros de salud son escasos y en algunos casos inexistentes, debido a su ubicación remota de difícil acceso y a un desinterés estatal para su debida inclusión al Plan Nacional de Salud. Su práctica toma en cuenta elementos del entorno natural, fortalece la identidad cultural y la conexión con el territorio [6]. Sin embargo, a pesar de los beneficios que tiene, el etnocentrismo presente en nuestra sociedad ha llevado a minimizar la medicina natural y al deseo de imponer la perspectiva occidental en la medicina como una verdad única e irrefutable. Tanto los profesionales como los gobiernos han preferido continuar con la trayectoria única de la medicina occidental, y son excepcionales las investigaciones sobre la medicina natural tradicional, al considerarla arcaica o retrasada. Cabe aclarar que la intención de este artículo no es desprestigiar los avances de la medicina moderna. Lo que se propone es la integración de un enfoque intercultural en la medicina actual. La medicina moderna y natural tienen muchos beneficios y han logrado grandes avances, con distinto funcionamiento y conocimientos que podrían retroalimentarse y enriquecerse mutuamente [7]. Dicho enriquecimiento no solo se daría en términos científicos o medicinales, sino también culturales, pues se cultivaría la valoración de las prácticas tradicionales y el rol que ostentaban las mujeres en la salud. Claramente, sería una reivindicación de las mujeres en un área poco tratada por el feminismo, en general.
En síntesis, la medicina natural tradicional nos otorga una perspectiva distinta de la medicina moderna, desde los conocimientos y praxis hasta el rol que ostentan las mujeres y ancianos en ella y, de ese modo, entender la importancia que tiene su rol social en el imaginario colectivo. En consecuencia, la implementación de un enfoque intercultural en la medicina no solo significa el enriquecimiento mutuo entre ambos saberes, sino también la reivindicación de la mujer en la medicina, de la que estuvo históricamente marginada e invisibilizada. Con ello, desde la perspectiva del ecofeminismo, se alcanzaría un gran logro, debido a que no solo sería la reivindicación del papel de la mujer, sino la reivindicación de la propia naturaleza en la medicina, cuyo desarrollo se ha dirigido a un mayor uso de fármacos y químicos para el tratamiento de los males. Asimismo, cabe aclarar que el papel de las mujeres indígenas en su comunidad no quiere decir que dichos pueblos estén exentos de desigualdad y discriminación por razones de género. Al contrario, las mujeres también tienen recortadas sus posibilidades y se ven desprotegidas ante casos de violencia. Ellas también tienen su lucha, e igualmente esperamos que rinda frutos para construir una sociedad cada vez más equitativa, incluso en las zonas más remotas.
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Imagen de Takiruma
Bibliografía consultada:
[1] Grupo de Estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (2008). Feminismo y globalización: una mirada desde América Latina. Grupo Pensamiento Crítico. Consultado el 18 de febrero de 2021: https://www.pensamientocritico.info/articulos-1/otros-autores2/feminismo-y-globalizacion-una-mirada-desde-america-latina.html
[2] Guerra, María José (2014). Feminismo trasnacional, globalización y derechos humanos. Revista Dilemata 6 (15), págs. 161-169. Consultado el 18 de febrero de 2021: https://www.esglobal.org/la-globalizacion-del-feminismo/
[3] Mellor, Mary (2000). Feminismo y ecología (traducción y edición al español). Siglo XXI Editores (original publicado en 1997)
[4] Martínez, Isabel (2018). Ecofeminismo, un movimiento con papel fundamental en el cuidado de la naturaleza. Efe Verde. Consultado el 19 de febrero de 2021: https://www.efeverde.com/noticias/ecofeminismo-movimiento-mujer-cuidado-naturaleza/
[5] Consejo Indígena del Pueblo Tacana, et al (2018). La medicina tradicional de los pueblos indígenas amazónicos. Gestión Territorial Indígena. Consultado el 19 de febrero de 2021: https://bolivia.wcs.org/Portals/14/GTI/Espa%C3%B1ol/Hojas%20informativas/MEDICINA%20TRADICIONAL.pdf?ver=2018-03-20-155231-703
[6] Programa de divulgación científica de Universidad del Rosario (2008). Medicina tradicional indígena, opción saludable para la mujer. Revista Universidad, Ciencia y Desarrollo (Fascículo 15). Consultado el 19 de febrero de 2021: https://repository.urosario.edu.co/bitstream/handle/10336/3422/Fasc%EDculo15-2008.pdf;jsessionid=18FE9D05C623972C9093BCFF549686D4?sequence=1
[7] Pereyra-Elías, Reneé & Fuentes Delgado, Dulio (2012). Medicina Tradicional versus Medicina Científica ¿En verdad somos tan diferentes en lo esencial?. Acta Médica Peruana 29 (2). Consultado el 21 de febrero de 2021: http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1728-59172012000200002